23 de febrero de 2008

Camino al Destino - Parte 2

"Camino al Destino" Parte 2


Estaba tirado, inconsciente detrás de la mesa del padre, era un muchacho de no más de 18 años. Alto, de tez morena, cabello negro y con corte de hongo, con una complexión envidiable, era musculoso, sin llegar a verse deforme.

Lo tomé por la espalda, lo incorporé en la pared, y traté de reanimarlo, después de algunos intentos, abrió los ojos.

Al verme, me empujó y trató de huir de aquel lugar, le di alcance, lo tomé por los hombros y lo detuve, pero me propinó un fuerte golpe en la cara. Lo resistí, pero en verdad me dolió, como nunca me había dolido un golpe antes.

Le preguntaba que había pasado, que donde se encontraban los demás pueblerinos, pero solamente decía palabras sin sentido, posiblemente me hablaba en su lengua natal.

Traté de tranquilizarlo, y lo revisé cuidadosamente para ver si no presentaba algún tipo de herida, abertura o algo parecido, pero no encontré nada. Me quedo claro que no estaba delirando o enloqueciendo.

No sabía que hacer, como controlarlo, como comunicarme con él, pero entre todas las palabras, reconocí una pequeña frase, no se como la aprendió, pero era tan clara como el agua, y decía:

“Se acercan……….. no hay escape…….. se acercan”

No había duda…. se estaban acercando….. el enemigo se acercaba.

Y en ese preciso instante, un fuerte estruendo se escuchó en las cercanías. No cabía la menor duda…. el ejercito enemigo había llegado.

Mi grupo, mis amigos... mi tropa estaba en esas cercanías, tenía que regresar inmediatamente para reorganizarnos y tratar de escapar. Pero el muchacho impidió que saliera, me sujetó con todas sus fuerzas, y con una expresión de agonía en su rostro, trataba de decirme, al ver su rostro, sus movimientos y sus expresiones, que no saliera y me quedara en aquel lugar.

Su fuerza en verdad era increíble, hasta podría decir que no era humana, y traté de decirle que no podía… no, le dije que no podíamos quedarnos en aquel lugar, si no… moriríamos.

Pero ni siquiera me dejó explicarle, solamente me llevó hacia donde supuse eran los cuartos de los sacerdotes.

Era un pequeño cubículo con diez camas, iluminado por tres linternas de aceite, no había ninguna otra salida más que la pequeña puerta por la que habíamos entrado. Pero el muchacho buscó y buscó debajo de las camas, hasta que en una, se detuvo, observó cuidadosamente, tocó el suelo, y con suma rapidez se levantó e hizo a un lado la cama, pero no había nada, solamente un suelo polvoriento y oscurecido por la falta de limpieza y luz.

El muchacho empezó a analizar el piso, desempolvándolo y tocándolo, me acerqué a él y le dije, como pude, que no había nada, que nos fuéramos de aquel lugar.

Pero ni siquiera me tomó en cuenta, y se limitó a darme un rápido vistazo, diciéndome con la mirada que lo dejara en paz. Y así lo hice, temiendo que fuera capaz de una locura si lo seguía molestando, entonces continuó con lo que estaba haciendo.

Al fin, después de algunos intentos, toco varias veces una parte, y la volvió la tocar unas cuantas veces más; se levantó, cerró los ojos, y empezó nuevamente a decir frases sin sentido para mí.

Lo que vi posteriormente, me sigue dejando con la boca abierta hasta estos días.

Las tres linternas del cuarto poco a poco fueron perdiendo su brillo, y el ambiente empezó a sentirse frío, casi como si estuviéramos en un congelador, luego, el suelo donde se encontraba la cama empezó a desvanecerse lentamente, revelando unas escaleras.

Justo como en cualquier historia fantástica, se reveló un pasadizo secreto, al cual entramos sin vacilar, y volvió a reaparecer justo frente a nuestros ojos, sellando la entrada al pasadizo. Ya en el interior, encontramos otro cuarto exactamente igual al dormitorio, pero este era más pequeño, y contenía solamente tres camas.

El muchacho me explico, por medio de señas, que permaneciéramos ahí sin decir nada. Y así lo hicimos por un largo periodo de tiempo, no se exactamente cuanto. En ese largo y desesperante lapso de tiempo, pudimos escuchar estruendos muy débiles, imaginándome que en las afueras esos débiles sonidos deberían de oírse como enormes truenos cayendo justo enfrente de nosotros.

También pudimos oír como “alguien” arribaba al dormitorio, inspeccionándolo de pies a cabeza. Como había dicho el muchacho, no emití ninguna clase de sonido, supuse que esto era con el objetivo de no ser detectados, y después de algunos minutos, se alejó aquel personaje, aquel “soldado de reconocimiento”.

Esperamos un momento para asegurarnos que no se oyeran pisadas y así descansar los nervios que nos invadían, pero no, lo peor estaba por suceder.

Una vez que no oímos ruido alguno, relajamos los músculos y nos recostamos en las pequeñas camas que se encontraban en el cuarto secreto, y en verdad eran incómodas, pero para alguien como yo, una cama era una cama.

Mi agudo oído pudo captar el estruendo de un cañón recién disparado, y temí lo peor, pensé que…

1 comentario:

GioitaB dijo...

¡¡Hola!!
Tuve un período que me retiré del blog sin motivo alguno y eso implicó dejar de leer y visitar los relacionado con él.

Pues ya he vuelto, y te escribo para decirte que ahora más lugo me pasaré por todo el blog para comentar en tus entradas. Escribiste bastante cosas en mi ausencia, y me interesa leerlas (el cuento de Hope, iba muy lindo).

Un saludo, nos leemos.